sábado, 18 de junio de 2011

La vida, la muerte y... el amor.

Hoy la vida ha decidido enseñarme a dejar a un lado el pasado, preocuparme por el presente y a imaginarme el futuro que más me guste. Los ojos le han brillado de forma misteriosa cuando me explicó que era necesario que me equivocará para aprender de mis errores y poder seguir adelante. La he mirado fijamente a sus ojos profundos y le he preguntado si sabe algo acerca de mi futuro; ha fruncido el ceño y ha negado con la cabeza.
«Yo solo me ocupo de que las personas tengan algo que hacer desde que nacen hasta que mueren –me ha dicho, intentando parecer enfadada–, el que se encarga de eso del futuro es el destino.»
No me he dejado de preguntar que clase de futuro tendría el destino deparado para mí, pero esperaba que por ser amiga de la vida por lo menos fuese algo con lo que me divirtiera. La vida dejó correr el tema de el futuro y me contó cosas sobre el amor. Comentó que era muy hiperactivo y que hacia las cosas sin pensar. Los corazones rotos se debían a que el amor tenía tantas ganas de propagarse por el mundo que con las prisas a veces solo hacía que en una pareja solo uno se enamorara, lo que más adelante acarreaba problemas. Esto último lo dijo con la voz cargada de un sordo desprecio, lo que me hizo pensar si la vida había tenido problemas con el amor.
«Me temo que sí –la sonrisa de la vida desapareció tan rápido como el brillo de sus profundos ojos irisados–, ocurrió una tarde mientras tomábamos un café en un pequeño local de las afueras. Estaba un poco deprimida porque, como comprenderás, tengo a millones de personas a mi cargo y me había dado cuenta de que todos ellos se habían enamorado al menos una vez y yo nunca había pasado por eso. Cometí un error al comentárselo al amor. Puso una expresión de asombro y se llevo una mano a la boca de manera trágica. No se podía creer que nunca me hubiera enamorado. Algo en el fondo de su mirada cambio y fue en ese momento cuando supe que había cometido, probablemente, el mayor error –parecía como si estuviese a punto de echarse a llorar. Estuve tentada a pasarle un brazo por los etéreos hombros y decirle que todo estaba bien, pero quería seguir escuchando su historia y siempre habría tiempo más tarde–. El error se hizo presente un par de semanas después, cuando noté que los hilos que me unían a una gran cantidad de mis protegidos se estaban desvaneciendo. Decidí ir a echar un vistazo y fue entonces cuando le vi. Estaba ahí, con porte elegante y semblante sereno, en mitad del infierno. Si hubiese prestado atención hubiera visto el tren en llamas a su espalda, hubiera oído los gritos que pedían socorro, hubiera sentido como los hilos que unían a cientos de mortales conmigo simplemente dejaban de existir. Pero no, solo tenía ojos para él. Llevaba una cazadora de cuero y el cabello negro largo y desordenado. Sus ojos azules y fríos como el hielo lo escudriñaban todo a su alrededor, sin sorprenderse lo más mínimo de la masacre de la que estaba siendo testigo. Fue entonces cuando alzó la mirada hacia a mí, cuando nuestros ojos se encontraron supe que todo había acabado para mí. Sí, querida, es justamente lo que piensas; me enamoré de la mismísima muerte y, al parecer, él también se enamoró de mí. No podemos estar juntos, pero tampoco podemos estar separados. No puedes imaginar lo horrible que es. Desde ese momento hasta el día hoy estoy peleada con el amor. No puedo evitar que los mortales se infecten de él, pero yo si puedo evitarlo a él. Se que no lo hizo con mala intención, pero sus caprichos han implicado que la tristeza, la desesperación, el dolor y otros de sus amigas se pasen a menudo por casa. Lo peor de todo es que la muerte y yo no nos vemos mucho, y cuando lo hacemos nos peleamos la mayoría de las veces, porque su deber es acabar conmigo y el mío acabar con él. Es difícil matener a flote una relación de amor-odio, ¿sabes? Le odio y le amo, no lo puedo evitar.»
Me lancé hacía ella con la fuerza de un huracán y la estreché tan fuerte entre mis brazos que le hice daño. Me sentí un poco estúpida al ver que la única que lloraba de las dos era yo, pero en el fondo me daba igual, lo único importante en aquel momento era que la vida supiera que podía contar conmigo. Creo que lo entendió porque correspondió a mi abrazo y apoyó la fina barbilla en mí hombro. Yo le acariciaba el cabello de color indefinido mientras ella se apoyaba cada vez más en mí. Acabó tumbada en mí regazo, con los ojos cerrados y ambas manos sobre el corazón. Una canción que no recordaba haber oído nunca invadió mi mente y me sorprendí a mí misma al oírme cantarla. Desvié la mirada hacía la vida, que se había dormido arrullada por la letra de una canción olvidada. 
Y allí me quedé, haciendo lo que la vida me había enseñado: comencé a imaginarme lo que haría en el futuro. Me imaginé en un futuro en el que cogía por el cuello a el amor y le obligaba a enmendar todo el daño que le había causado a la vida, y por si eso no funcionaba también imaginé otro futuro alternativo, un futuro muy cercano en el que me veía sentada en una mesa de un acogedor café hablando seriamente con un joven apuesto de cabello negro y ojos fríos que me miraba con una mezcla de curiosidad y molestia.

-Penumbra-





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